4:4 Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Yavé con agrado a Abel y a su ofrenda;
4:5 pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
4:6 Entonces Yavé dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?
4:7 Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él.
4:8 Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató.
4:9 Y Yavé dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
4:10 Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.
4:11 Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.
Vemos que en Caín y Abel, hay una diametral diferencia en la calidad de las ofrendas. Caín se siente seguro y con el derecho, por ser el primogénito, ese es su único mérito para tener la predilección de Dios.
Cuando ve amenazada su estructura mental, la percepción de si mismo en su relación con Dios, entra en pánico e indignación y replegado hacia si mismo completa su fatal ofrenda con el sacrificio de su propio hermano.
Lo mismo ocurre con los hermanos en la parábola del Hijo Pródigo. Si bien, el hijo menor se portó mal, su ofrenda de arrepentimiento y vuelta sincera y humilde al Padre le reestablece su dignidad.
Y ocurre que el hijo mayor, también se cree merecedor de la predilección de Dios por ser el mayor y se limita a hacer lo “formalmente” correcto: cumplir la Ley. También entra en indignación y rechaza el perdón del padre.
No hay ofrenda más pobre que la soberbia; no hay ofrenda más maldita y fatal, que la insolidaridad que nos repliega y nos hace “hijos mayores” , con sed de venganza y condena.
“Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘misericordia quiero, que no sacrificio’, no condenaríasis a los que no tienen culpa” (Mateo 12, 7).
Jesús ha bajado a recogernos hasta las más terribles miserias para levantarnos a todos y llevarnos de vuelta a Dios. El acto solidario más grande de la historia, debe ser fundamento y alimento, inspiración y referencia constante a la hora de presentar nuestras propias ofrendas.
La gran ofrenda de Dios mismo en su Hijo Amado, es directriz para la ofrenda diaria de servicio al prójimo, que nos compromete y nos permita responder por la vida de nuestro hermano. Responder, significa dar respuesta, ser responsable y guarda de nuestros hermanos.
La ofrenda es la respuesta a Dios y no una pregunta que es deuda, sangre derramada que grita y clama a Dios por la falta de solidaridad.