miércoles, 16 de mayo de 2007

"Id también vosotros a mi viña" III




Mt 20, 8-16

“Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros’
Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno.
Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno.
Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor.’
Pero él contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario?
Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti.
¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’
Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos.”




Laico: en la dimensión de la Gracia

En éstos últimos versículos se expresa la gratuidad de la paga de Dios (“…Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?… Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos”).

La paga como don gratuito, solo puede ser la Gracia que Dios mismo ha convenido pagar a quien se abre al trabajo de la viña del Señor en la dimensión del Amor.
Abrirse a la Gracia implica saberse necesitado de ella, así como la cierva que va en busca de la fuente de agua.

De este modo se entiende que es un don de infinito valor y en la gratuidad se sabe el hombre indigno de recibirla.
La soberbia humana puede hacer turbia la mirada frente a este don, creyéndose merecedor, incluso por sobre otros y reclamar lo que no es suyo.

El mismo Rey David pretendía hacer una casa para Dios, sin entender que el que Dios habite en el hombre es pura gratuidad e iniciativa de El.
También dice este pasaje del evangelio, que se convino un salario, sin embargo, a la hora de la paga, la soberbia le hace reclamar más de lo convenido. ¿En qué tiene puestos los ojos este obrero malo, ante el Sumo Bien, infinitamente generoso?

La Gracia está disponible porque Dios así lo ha querido, a todo aquel que la busca, sin importar el día ni la hora.
La Gracia, siendo de naturaleza Divina, trasciende la realidad espacio-temporal y racionalidad humana, sin embargo no es ajena a ella. La acoge, la protege y la hace merecedora de los Bienes Eternos.

Esa es la paga por la vida en el Amor. La salvación y gozo de los Bienes Eternos que Dios ha puesto en manos de su Hijo Único, emprendiendo la obra más grande y perfecta de Amor: Dar la vida por sus amigos.

En la Eucaristía se materializa este deseo constante de Dios en beneficio del hombre. En la Eucaristía vamos presentando nuestros trabajos de viñadores y esperando del dueño de la viña la paga inmerecida.
Cuando presentamos nuestras ofrendas, fruto de nuestro esfuerzo, aún imperfecto, Dios es quien cuida los sarmientos y da verdadero fruto perfecto convertido en Gracia Santificante para sus obreros.
Qué mejor fruto que el mismísimo Jesús como alimento para retornar al servicio en el trabajo del Amor, que El mismo enseñara a cumplir a sus amigos en la Cena Pascual y luego en la Santa Cruz.

¿Cuál es mi necesidad de paga gratuita de parte de Dios por mi trabajo en la viña?

martes, 15 de mayo de 2007

"Id también vosotros a mi viña" II




Dimensión de laicos como Iglesia: Caridad vivida como Amor de Dios y Amor Comunión.

Quienes están llamados a trabajar en la viña son los laicos, entendidos como miembros del pueblo de Dios y al mismo tiempo viven insertos en el mundo. Todos están invitados con sus cualidades personales a trabajar en la viña del Padre, donde cada uno tiene su puesto y su premio.
El laico está invitado a participar en la vida de la Iglesia, por consiguiente en la comunión íntima en la vida misma de Cristo. El laico adopta la vida de Cristo como propia (soy otro Cristo).

Esto quiere decir que desde siempre hemos sido pensados por Dios para ocupar un determinado lugar en el mundo y realizar en su viña, un trabajo que compartimos con su Hijo Amado.

Jesús, ha querido hablar a los hombres de su tiempo, comparando la viña con el nuevo pueblo de Dios y el trabajo con la misión de los Apóstoles y demás discípulos.

El que sean contratados a diferentes horas, se refiere a la llegada a la comunidad conforme se va realizando la evangelización, pero eso no es todo lo que le preocupa al evangelista, también interpela a sus oyentes a convivir con los gentiles conversos, llegados a las comunidades cristianas después que los israelitas. No hay ningún privilegio ni derecho adquirido frente a Dios.

Ese es un requisito básico para vivir en Comunión con Dios. Es más, Dios llega a ser en esto, modelo de familia y de comunidad unida.
Estamos hablando de un amor mutuo en una comunidad de seres distintos, unidos como nadie más puede serlo.

Como laicos, tenemos que ser factores de unión y no de división en la familia y en la comunidad. La Trinidad que habita en quienes están en gracia de Dios, ayuda a vivir en comunión entre las personas.

Como los hijos, de alguna manera, hacen a los padres en tanto que los padres se realizan y viven para sus hijos, Dios ha dispuesto todo por Cristo y para Cristo, pero así también Cristo es el Primer obrero que trabaja en la viña (Iglesia) y Dios a través de Cristo, llama a trabajar en ella.
Como Dios ha creado por Amor... así también nosotros trabajamos en la viña por ese mismo Amor que Dios nos comparte con su Hijo.

Lo primero que hay que recordar es que estamos creados a imagen y semejanza de Dios... que consiste en la capacidad de comunión, en otras palabras, capaz de amor...
por eso que el llamado a trabajar en la Iglesia es un llamado al amor y desde el amor, Dios nos llama por que nos ama: Dios crea amando y ama creando. Nos llama a ser iglesia.
Con esto último se entiende el sello que debe tener toda actividad humana. Que nada nos mueva en este mundo a hacer lo que hacemos, sino el amor, una pasión bien vivida es una pasión al servicio del amor, como Cristo en su vida pública y en su muerte en Cruz.
La conversión de San Pablo nos habla de la experiencia apasionada, antes por el odio, con Cristo por el amor.
La imagen de la caída del caballo, expresa la experiencia de vuelco en su vida, que ordena todas las cosas hacia una nueva dirección, si antes le movía el odio, ahora le mueve en otra dirección, el amor.

Jesús le dijo a Pedro: “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, esa piedra es el Amor.
En el A.T. refiere la transformación de un corazón de piedra por un corazón de carne, en la dimensión de la Ley moral escrita en piedra.
Para los evangelistas, la Ley moral Mosaica se ha vivido de forma imperfecta a la luz de Cristo, ha sido una carga insostenible, una ley dura, fría, externa y ajena, fuera del alcance de los fieles que ha causado mucho dolor al Pueblo de Dios.
En Cristo, esa Ley se hace ahora más humana. Es una ley divina, pero también humana, que se vive desde el corazón humano y el cumplirla potencia sus capacidades, lo libera hacia el verdadero bien e involucra toda su humanidad. Ahora la Ley, es Ley del Amor, con corazón de hombre.
Pedro es la piedra, que ya no es fría, dura y pesada. Es el corazón humano que participa de la Gracia Divina que inscribe esta Ley en su interior.
La Iglesia la edifica Cristo sobre el Amor, lo único sólido, que no pasará jamás.

En este contexto del Amor es que: "a nadie le es lícito permanecer ocioso"
Es que el Amor nos mueve. Si estamos llenos del Amor de Dios, no estamos detenidos, sino en constante movimiento.
En la Parábola de la viña, los hombres que el dueño de la viña se encuentra, están detenidos, estáticos, porque les falta el Amor.

Pensemos en el papel del laico frente a las realidades de nuestro mundo. La falta de compromiso que tenemos como laicos y dejamos que ocurra porque a nosotros no nos molesta el mundo: mientras a mi no me pase entonces estoy bien, pero Jesús es enfático en esto: no debemos dejar lo que le sucede al hermano desposeído, al humillado, al pobre.

El pecado de indolencia lo cometen personas que no son malvadas, quieren a sus familias, van a la Iglesia, rezan y dan limosna a las obras de caridad, pero no se compadecen eficazmente del sufrimiento de los pobres. El compadecerse “eficazmente” significa que me duelo del dolor de otros por amor y por ende, me moviliza a hacer algo.

La indolencia comienza por no querer ver. Uno podría decir: “Yo no soy rico, ni vivo espléndidamente” y le tira el Evangelio a otros. Esto no es sincero. Estamos en una sociedad que compartimos, donde todos tenemos algo que hacer. Se trata de un pecado, que no es solamente de unos pocos; es también un pecado social.

Eso deja claro si estamos o no viviendo en la dimensión del amor, por tanto como Iglesia para trabajar en ella, sin esa dimensión no somos obreros de la viña y en este estado estamos impidiendo que otros sean llamados.
No solo damos a conocer al pobre el amor de Dios, sino, que a través del amor de Dios, nosotros también podemos llamar a otros a trabajar en la viña.
A los pobres, desde que les iluminamos con la presencia de Cristo un nuevo camino, en que le encuentren un sentido a sus vidas, ellos también pasan a ser obreros en la viña, porque desde ese momento pasan a compartir el Amor de Dios.


¿Como laico comprometido, cómo vivencio la dimensión del amor por nuestra Iglesia?

¿En qué aspecto doy a conocer a los pobres, al desposeído la vivencia del amor?

¿Si Cristo dijo a Pedro: “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, cuál es la Iglesia que estoy construyendo día a día?

"Id también vosotros a mi viña" I




Mt 20,1-7

"Un propietario salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña.
Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.
Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados,
les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo”
y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo.
Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: “¿Porqué están aquí todo el día parados?
Dícele: “Es que nadie nos ha contratado”. Dícele: “Id también vosotros a la viña."


Laicos en la dimensión de hijos de Dios en Cristo

Nada nos identifica mejor con Cristo que el hecho de ser por medio de El, hijos de Dios.
En Cristo está el modelo de hombre y de hijo de Dios.
Jesús, en su humanidad nos habla de nuestra humanidad.
En todo lo que El era como hombre, nos habla de nosotros mismos.
En todo lo que emprende como tarea y como Hijo, nos habla de nuestras tareas y relación con nuestro Padre celestial.
En esto podemos ver que el primer laico es Cristo y en El debemos vernos reflejados:

1.- Jesús como laico, no pertenecía a grupo selecto alguno, no pertenecía a un clero, era un hombre corriente, así pues, el laico se define como un hombre corriente que no pertenece al clero ni a grupos privilegiados.

2.- Jesús no poseía títulos, ni currículum, ni papeles que respaldaran su enseñanza, así tampoco nosotros tenemos ante los demás una autoridad intelectual y académica para evangelizar, por lo que nos exponemos al cuestionamiento de los demás y a su vez evitamos caer en la imposición, presentando el evangelio como una propuesta a todos los niveles de la vida humana, gozamos así de la libertad para movernos en todos los ambientes en la tarea de la evangelización.

3.- Jesús no se apoyaba en privilegios sociales o religiosos para proponer su evangelio, su palabra se presenta despojada, frágil, hace así mucho más íntima, personal y amable la bondad de Dios. Así nosotros, tampoco evangelizamos apoyados de un poder social, político o religioso, siempre expuestos al repudio o la acogida, como Jesús. Esto nos permite, como El, estar más cerca de los débiles, pequeños y más lejos de la manipulación del poder político y económico.

4.- Jesús compartió en plenitud la vida de su pueblo, fue un hombre plenamente integrado en su sociedad. Así nosotros, debemos estar de lleno insertos en el mundo que venimos a evangelizar, a transformar para el Reino de Dios.

5.- Jesús nació como judío laico, ejerció su ministerio público como judío laico y murió como judío laico, en esto vemos que toda su vida, en todos los ámbitos, de principio a fin estuvo sostenida por un llamado a una tarea concreta que desarrollaría sin descanso. El laicado no es un paréntesis que a veces tomamos y otras no, debe teñir toda nuestra existencia personal y social y no hay nada que quede fuera de él.

6.- Jesús carecía en lo religioso de credencial y de base de poder religioso, por lo que su autoridad para evangelizar surge de una experiencia muy personal que posee una doble vertiente: experiencia única de Dios; experiencia directa de la vida humana. Hablar desde la experiencia le va a significar, gozar de una credibilidad que despierta la fe, abre el corazón de la gente a la Gracia salvadora de Dios para ser sanados.
Tenía una mirada limpia que le permitía valorar cada situación como un espacio en el cual Dios se hace presente, todo lo refería a Dios.
Una mirada cariñosa por las personas y las realidades en su más concreta condición humana, sin someterlos a juicio ideológico. Jesús es un hombre que sabe ver la realidad, sabe verla con amor. Por eso su palabra tiene fuerza, porque se involucra con las reales experiencias de vida de sus oyentes.
Su autoridad surge de su forma de ser, de su intimidad con Dios, que le permite hablar de El de un modo único y fascinante.
Surge de su cercanía amorosa, afectuosa a la vida humana, que le permite hablar de una forma que realmente “toca la vida”.
Esto dice mucho de lo que debemos ser y hacer nosotros como laicos insertos en el mundo.
Nosotros, al igual que Jesús, transmitimos desde una relación muy íntima con Dios y la vida humana una confianza que despertará la fe de quienes se sienten agobiados y enfermos interiormente, daremos una luz a sus vidas que les hará reencontrarse con el sentido genuino de su existencia.
Referir todas las cosas a Dios no significa cerrar los ojos a las cosas del mundo y encerrarnos en ritos, rezos que alejan a nuestros oyentes, referirlas a Dios significa verlas en la dimensión real y justa para la que existen esas realidades, con transparencia.
Mirar la vida desde la vida misma sin prejuicios, sino con comprensión y acogida. Ver la vida con amor significará mirar la vida de los demás con los ojos de la misericordia infinita de Dios, tocaremos la vida del que sufre y le llevaremos al Amor de Dios.

7.- El lenguaje de Jesús habla también de esa cercanía amorosa a la vida humana y la vida en Dios. Este será el “lenguaje laical” que debemos incorporar en la evangelización. Un lenguaje cotidiano que habla de los sentimientos humanos, del trabajo, de los quehaceres del hogar, etc.
Las parábolas son el núcleo esencial de la predicación de Jesús, cuajadas de imágenes de la vida ordinaria, es decir, de imágenes “laicales” para háblanos de un Dios que manifiesta su Amor en el día a día.

El laicado no es un título adquirido por pertenecer a una casta o grupo religioso, es una forma de vida que nos hace obreros para trabajar en la viña de Dios, la transformación del mundo para el Reino de Dios.

Atendiendo a la lectura del evangelio de Mt 20, tenemos al dueño de la viña llamando a primera hora de la mañana.
Esta viña que es el mundo entero que debe ser transformado, hace un llamado urgente que se dirige a cada hombre y mujer que viene a este mundo, todos recibimos una misión, como hijos de Dios en favor de la Iglesia y del mundo (“… que donde halla odio, ponga yo amor”)

Si observo mi modo de vivir, ¿soy obrero en la viña del Señor, en qué se nota?
Si examino lo que hago, ¿lo considero un trabajo que pueda dar frutos en la viña del Señor?
¿En qué sentido los laicos estamos usando un lenguaje universal, comprensible para toda persona, como lo hizo Jesús con sus discípulos?