martes, 15 de mayo de 2007

"Id también vosotros a mi viña" I




Mt 20,1-7

"Un propietario salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña.
Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.
Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados,
les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo”
y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo.
Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: “¿Porqué están aquí todo el día parados?
Dícele: “Es que nadie nos ha contratado”. Dícele: “Id también vosotros a la viña."


Laicos en la dimensión de hijos de Dios en Cristo

Nada nos identifica mejor con Cristo que el hecho de ser por medio de El, hijos de Dios.
En Cristo está el modelo de hombre y de hijo de Dios.
Jesús, en su humanidad nos habla de nuestra humanidad.
En todo lo que El era como hombre, nos habla de nosotros mismos.
En todo lo que emprende como tarea y como Hijo, nos habla de nuestras tareas y relación con nuestro Padre celestial.
En esto podemos ver que el primer laico es Cristo y en El debemos vernos reflejados:

1.- Jesús como laico, no pertenecía a grupo selecto alguno, no pertenecía a un clero, era un hombre corriente, así pues, el laico se define como un hombre corriente que no pertenece al clero ni a grupos privilegiados.

2.- Jesús no poseía títulos, ni currículum, ni papeles que respaldaran su enseñanza, así tampoco nosotros tenemos ante los demás una autoridad intelectual y académica para evangelizar, por lo que nos exponemos al cuestionamiento de los demás y a su vez evitamos caer en la imposición, presentando el evangelio como una propuesta a todos los niveles de la vida humana, gozamos así de la libertad para movernos en todos los ambientes en la tarea de la evangelización.

3.- Jesús no se apoyaba en privilegios sociales o religiosos para proponer su evangelio, su palabra se presenta despojada, frágil, hace así mucho más íntima, personal y amable la bondad de Dios. Así nosotros, tampoco evangelizamos apoyados de un poder social, político o religioso, siempre expuestos al repudio o la acogida, como Jesús. Esto nos permite, como El, estar más cerca de los débiles, pequeños y más lejos de la manipulación del poder político y económico.

4.- Jesús compartió en plenitud la vida de su pueblo, fue un hombre plenamente integrado en su sociedad. Así nosotros, debemos estar de lleno insertos en el mundo que venimos a evangelizar, a transformar para el Reino de Dios.

5.- Jesús nació como judío laico, ejerció su ministerio público como judío laico y murió como judío laico, en esto vemos que toda su vida, en todos los ámbitos, de principio a fin estuvo sostenida por un llamado a una tarea concreta que desarrollaría sin descanso. El laicado no es un paréntesis que a veces tomamos y otras no, debe teñir toda nuestra existencia personal y social y no hay nada que quede fuera de él.

6.- Jesús carecía en lo religioso de credencial y de base de poder religioso, por lo que su autoridad para evangelizar surge de una experiencia muy personal que posee una doble vertiente: experiencia única de Dios; experiencia directa de la vida humana. Hablar desde la experiencia le va a significar, gozar de una credibilidad que despierta la fe, abre el corazón de la gente a la Gracia salvadora de Dios para ser sanados.
Tenía una mirada limpia que le permitía valorar cada situación como un espacio en el cual Dios se hace presente, todo lo refería a Dios.
Una mirada cariñosa por las personas y las realidades en su más concreta condición humana, sin someterlos a juicio ideológico. Jesús es un hombre que sabe ver la realidad, sabe verla con amor. Por eso su palabra tiene fuerza, porque se involucra con las reales experiencias de vida de sus oyentes.
Su autoridad surge de su forma de ser, de su intimidad con Dios, que le permite hablar de El de un modo único y fascinante.
Surge de su cercanía amorosa, afectuosa a la vida humana, que le permite hablar de una forma que realmente “toca la vida”.
Esto dice mucho de lo que debemos ser y hacer nosotros como laicos insertos en el mundo.
Nosotros, al igual que Jesús, transmitimos desde una relación muy íntima con Dios y la vida humana una confianza que despertará la fe de quienes se sienten agobiados y enfermos interiormente, daremos una luz a sus vidas que les hará reencontrarse con el sentido genuino de su existencia.
Referir todas las cosas a Dios no significa cerrar los ojos a las cosas del mundo y encerrarnos en ritos, rezos que alejan a nuestros oyentes, referirlas a Dios significa verlas en la dimensión real y justa para la que existen esas realidades, con transparencia.
Mirar la vida desde la vida misma sin prejuicios, sino con comprensión y acogida. Ver la vida con amor significará mirar la vida de los demás con los ojos de la misericordia infinita de Dios, tocaremos la vida del que sufre y le llevaremos al Amor de Dios.

7.- El lenguaje de Jesús habla también de esa cercanía amorosa a la vida humana y la vida en Dios. Este será el “lenguaje laical” que debemos incorporar en la evangelización. Un lenguaje cotidiano que habla de los sentimientos humanos, del trabajo, de los quehaceres del hogar, etc.
Las parábolas son el núcleo esencial de la predicación de Jesús, cuajadas de imágenes de la vida ordinaria, es decir, de imágenes “laicales” para háblanos de un Dios que manifiesta su Amor en el día a día.

El laicado no es un título adquirido por pertenecer a una casta o grupo religioso, es una forma de vida que nos hace obreros para trabajar en la viña de Dios, la transformación del mundo para el Reino de Dios.

Atendiendo a la lectura del evangelio de Mt 20, tenemos al dueño de la viña llamando a primera hora de la mañana.
Esta viña que es el mundo entero que debe ser transformado, hace un llamado urgente que se dirige a cada hombre y mujer que viene a este mundo, todos recibimos una misión, como hijos de Dios en favor de la Iglesia y del mundo (“… que donde halla odio, ponga yo amor”)

Si observo mi modo de vivir, ¿soy obrero en la viña del Señor, en qué se nota?
Si examino lo que hago, ¿lo considero un trabajo que pueda dar frutos en la viña del Señor?
¿En qué sentido los laicos estamos usando un lenguaje universal, comprensible para toda persona, como lo hizo Jesús con sus discípulos?